La naturalización de la tragedia

Hoy, cuando acaba de temblar en Ecuador, veo algunos comentarios de mis compatriotas en Facebook que dicen que el verdadero terremoto ocurre en Venezuela, a propósito del envío de ayuda humanitaria a ese país.
Una vez más, descalificamos la tragedia ajena, para hacer aún más evidente la nuestra.
Como si lo que vivimos no fuera lo suficientemente esdrújulo, necesitamos minimizar el dolor del otro, para que el nuestro resuene, se note.
Ya pasó cuando los atentados en Francia, y hace poco menos, en Bélgica. Gente que enumeraba muertes, para hacer notar que seguíamos siendo ganadores en el campeonato del horror, como si esa medalla significara algún orgullo.
Y hace unos días mi hermana, que vive fuera, sentía vergüenza por tener problemas de primer mundo, frente a los nuestros, tan de inframundo.
La tragedia que vivimos, ciertamente, es eso, trágica. De verdad. No cabe ninguna duda. La tarea es sobrevivir. Y en el camino, sorteamos tantas dificultades que nos estamos anestesiando frente a nuestro propio dolor y el dolor del vecino. Veo pedidos de medicamentos en redes sociales, y ya son tantos, que poco me conmueven. (Aunque el otro día lloré escuchando los relatos de los enfermos crónicos en el programa de César Miguel Rondón). Pero en la cotidianidad, los problemas son tantos, que agobian y se vuelven "normales". Lo extraordinario, lo insólito, lo increíble, es para nosotros asunto cotidiano.
Como hace unos años, me comentaba una amiga que vive en una zona marginal, pasaba en su barrio -y sigue pasando- con la muerte: los niños se encuentran con cadáveres en su camino a la escuela, y le pasan por el lado, para seguir como sin nada, con su vida.
Lo que llaman los sociólogos la normalización o naturalización de la violencia, que por cierto, trae no pocos problemas, como el pensar que la violencia es la forma natural de resolver los conflictos.
Y por otro lado está la otra tendencia: la de no ver prensa, no enterarse, no querer saber. Creer que no va a pasar. Que no puede ser peor de lo que ya es. La negación.
No deja de llamarme la atención, entonces, frente a esta tendencia de ver como normal lo que no es, o incluso, de la negación a verlo, que frente al dolor de otro reaccionemos así, restándole tanta importancia al sufrimiento ajeno para hacer más relevante nuestra anormal situación.
Como si nos doliera que el mundo reaccione por otros, y no por nosotros. 
Sin embargo, se podría pensar que el sufrimiento nos puede hacer más solidarios. Que quien vive esta trágica realidad, puede tener mayor posibilidad de ponerse en los zapatos de otros.
Una herramienta de sobrevivencia es, pienso, no perder la humanidad, y tener la posibilidad de ver en su justa dimensión que aquello horrible que ocurre a otro, es ciertamente horrible y no por ello nuestra tragedia es menor. Simplemente son tragedias distintas, cada una con sus puntos difíciles, y con sus propias posibilidades de encontrar salida.
La clave es no comparar, porque son realidades muy diferentes.
Y luchar, eso sí, para que naturalización de la violencia no se convierta en la norma.
Ahora que lo pienso, quizás sea la clave: como se nos hace tan normal la anormalidad que vivimos, cuando ocurre algún evento dramático que produce reacciones solidarias, nos sacudimos (¿Por qué nadie dice nada por lo que nos pasa?) Y nos damos cuenta de nuestra propia tragedia.
Entonces, a sacudirse. Entendamos que no es normal. Busquemos salidas, Pensemos. 
Pero no perdamos la humanidad. 




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