Diario de una sobreviviente

Decidí escribir este blog, porque creo necesario este espacio de reflexión personal, como parte de mi propia estrategia de sobrevivencia.
Ello, luego de algún tiempo de mutismo. La realidad nacional me toca, me golpea, pero he intentado vivir sin verla demasiado. Luego de mi salida de El Nacional, necesité un tiempo de desintoxicación. La inmersión de realidad fue intensa por años, tanto, que creo llegué al hartazgo. Y probablemente, muchos viven lo que yo. Esta opción de no leer noticias para no deprimirte. Pero que en mi caso, no aplicaría siendo yo lo que soy, periodista.
Pero digamos, que por sanidad mental, me he saltado los titulares por un tiempo, y le he pasado a la realidad por encima, sin profundizar demasiado. Me di el permiso de un receso: sólo leo el diario de los domingos.
Ante tanta desesperanza, resulta aún más doloroso seguir acumulando motivos para darle razón a su existencia.
Por ello, estos dos años me he dedicado a fortalecer los afectos. A aferrarme a aquello que considero vital, permanente: mis amigos, mi familia, mi pareja, mis hijos, mis perros. Lo que me nutre de esperanza, lo que me da aliento.
Por cierto, mis vecinos y mis compañeros de trabajo también están incluidos. Todo aquello que es parte de mi comunidad, de mi círculo inmediato.
Así, además de buscar harina para arepas, arroz, aceite, azúcar, papel de baño, hemos salido a la playa, ido al teatro, organizado sancochos y parrillas, nos hemos reunido con la familia, con los amigos, con los hijos. Hemos fortalecido los nexos, trabajado en el cariño, enriquecido este mundo interior, el más cercano, el que me rodea. Allí, donde está la felicidad.
No se qué haría, o de dónde sacar energías para levantarme cada día, de no contar con ese muro de contención, con esa fortaleza de los afectos.
Ha sido estrategia de sobrevivencia. Una manera de trabajar en la esperanza.
Y luego de aquilatado algo de valor, he decidido abrir un poco esta reflexión e ir más allá.
Escribo desde esta trinchera, para saber qué piensan otros que, como yo, sobreviven a esta desgracia. Y para darme el tiempo para esta reflexión en voz alta.
Hagamos juntos este camino: más allá de la realidad brutal que nos abruma y nos arrincona, hagamos la lectura de lo que nos pasa por dentro y encontremos las herramientas para hacernos fuertes y así hacer la verdadera resistencia.
Para que al final del horror, triunfe la esperanza.

Comentarios

  1. Querida Aliana, me siento totalmente identificada contigo. Imagino son miles, millones de venezolanos que estamos en algo parecido. Un abrazo y seguiremos encontrándonos.

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  2. Te cuento que en mi familia, regados en el interior (Margarita y Maracay), optaron por alejarse de las redes sociales - la principal fuente de información, incluso para la tercera edad - para no enfermarse ni deprimirse; sin embargo, la realidad golpea a los primeros con la necesidad de ir a buscar agua en la playa para descargar las pocetas (esto es de la mismita vida real, no es cuento) y los otros, los maracayeros, se acuestan mojados después de ducharse para no morir de calor en los largos apagones nocturnos, además haber desempolvado todas las cavas de la casa y no precisamente para ir a Cata o Choroní, sino para que no se dañe lo que tienen en la nevera. Así una lista larga. A nosotros nos tocó refugiarnos en la inocencia, ternura y esperanza que trajo Sofía... A veces pienso que es como mucha responsabilidad para un bebé. Mientras tanto, intentamos ser optimistas...

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  3. Fika y gulash para el alma.

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  4. Gracias por los comentarios...aunque suene paradójico, las comidas - y sobre todo la cocina- son otro refugio, aunque cuesta trabajo conseguir los ingredientes. Pero como es recaro ir a un restaurante, y es otra actividad que une y agrupa, nos hemos dedicado a buscar recetas y descubrir platos, uno el gulash. Lo que pasa en el interior aún es más dramático que lo que vivimos en Caracas, ciertamente..

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