El relicario

El año pasado por estos días, gracias a la generosidad de Vanessa Rolfini, Miguel, Sonia y yo participamos de la tradición de visitar los siete templos en el centro de Caracas, junto a medio centenar de personas que atendieron a su llamado a practicar el turismo religioso en la ciudad.
Fue un momento relevante, porque traspasamos la frontera -que ha impuesto la inseguridad y el miedo-, caminamos sin sentir aprensión por calles que nunca hemos transitado libremente e incluso pudimos sacar nuestros celulares para hacer fotos, sin temor. Fue un ejercicio de libertad que nos causó enorme felicidad. Pienso que nuestra masiva presencia nos hizo sentir protegidos. Nos admiramos por la belleza de las iglesias. Y aprendimos mucho, porque en el grupo había gente que sabía de la historia de la ciudad y sus monumentos.
Pero creo que el mayor aprendizaje fue interior. En esa oportunidad constaté que la fe expresada, como la vimos en tanta gente popular, es un sostén para el espíritu.
No soy muy de visitar iglesias, ya se pudieron dar cuenta. No quiere decir que no tenga mi particular manera de experimentar mi relación con Dios, que la tengo. Pero no soy muy dada a practicar rituales.
Sin embargo, me dio cierta envidia la certeza con la que la gente hacía transacciones de fe. Cambiaba sacrificios personales por algo de tranquilidad, de confianza en un futuro mejor.
En estos tiempo de incertidumbre, es muy poderoso sentir algo de paz.
Podrá sonar a pensamiento mágico religioso, pero me compré un relicario (tiene a José Gregorio Hernández, al Divino Niño, a la Virgen de Guadalupe y al Sagrado Corazón de Jesús) e hice mi propia promesa de Semana Santa: no me lo quitaría en ningún momento. Me puse un año de plazo.
En las distintas iglesias que visité el relicario fue bendecido. Salpicado en agua bendita. Acolchado por el calor de miles de personas intentando entrar a las iglesias. Besado con devoción y acunado amorosamente cuando pedimos, en La Iglesia de Las Mercedes -la patrona de los presos- por los presos políticos venezolanos. Allí Faitha, Sonia y yo nos abrazamos profundo, en un abrazo masivo junto a muchas otras que pedían por sus presos (no políticos, pero presos también). El relicario fue ungido por ese amor de país, por ese deseo de tener un mejor destino.
Lo he llevado conmigo, y ahora cumple un año en mi cuello. Lo he salvado de ser perdido en el mar, de saltos y cambios rápidos de ropa, de caer al piso, de golpes bruscos y peinetazos rabiosos. Lo he tenido en las noches de desaliento, en las colas por productos escasos, en las alegrías y en los momentos difíciles, en el trabajo y en el tiempo de ocio, en el cine, en el reencuentro con mis hermanos. Ha sido junto a mi, abrazado y acariciado. Se ha exhibido en mi cuello aún en días de fiesta, aunque no se prestara a combinar con el vestido. Su cuerda está casi rota, y aún no se cómo sigue allí,
Ha pasado ya el año que dije lo llevaría, pero no me lo quiero quitar.
Ya dejó de ser pensamiento mágico religioso. En realidad, es una forma concreta de tener a la fe a la mano. Se puede acariciar en momentos de duda. Se aprisiona al corazón cuando un avión despega y se siente el vértigo. Acompaña y tranquiliza en tiempos de angustia, Puede ser tocado cuando se esperan resultados electorales, por ejemplo, o aquilatado entre las manos cuando el miedo invade, o se aguarda a que un hijo llegue de una fiesta.
Ciertamente, se que si se me pierde, no perderé a la fe que me acompaña, que es esa fuerza irracional que nos impulsa hacia adelante, que nos hace sentir que nuestro andar tiene sentido, que vamos hacia algún lado, aunque no lo parezca.
Ese optimismo que existe, aunque todo nos golpee. La fe nos hace creer que todo es posible, y sin ella, no podríamos ni siquiera intentarlo.
Se, que más allá del relicario, he construido esta fe a fuerza de creer en mi y en los otros. Y no es tan irracional - o mágica- porque hemos recibido señales que dicen que el cambio es posible.
Sin embargo, la presencia del relicario en mi cuello, me la recuerda, la hace presente. Aunque por momentos parezca simbólica, es una herramienta para sobrevivir (la fe, no el relicario)
Otra más para el listado de este blog, que hoy, en tiempos de Semana Santa, adquiere aún más relevancia y sentido.
No la pierdan. La fe en nuestra propia fuerza interior, en nuestro deseo de encuentro y de construir un mejor país para vivir.

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